sábado, 14 de febrero de 2009

"Los políticos suelen aferrarse al poder como psicópatas"

Laura Di Marco
para LA NACION
14/01/09
extraido del blog Señales de los Tiempos



"Los psicópatas mienten de manera muy artística", dice Marietán
Foto: Augusto Famulari


"Los políticos de fuste generalmente son psicópatas, por una sencilla razón: el psicópata ama el poder. Usa a las personas para obtener más y más poder, y las transforma en cosas para su propio beneficio. Esto no quiere decir, desde luego, que todos los políticos o todos los líderes sean psicópatas, ni mucho menos, pero sí que el poder es un ámbito donde ellos se mueven como pez en el agua."

El que lo dice es el médico psiquiatra Hugo Marietán, uno de los principales especialistas argentinos en psicopatía y referencia obligada para aquellos que les ponen la lupa a estas personalidades atípicas, que no necesariamente son las que protagonizan hechos policiales de alto impacto.

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Porque, precisamente, la alusión no se dirige a los asesinos seriales al estilo de Hannibal Lecter, el perturbado psiquiatra de El silencio de los inocentes, sino a aquellas personalidades que Marietán define como los "psicópatas cotidianos". Personalidades especiales, pero que no sólo se adaptan perfectamente al medio, sino que también suelen estar a nuestro alrededor sin mayores estridencias. Y más aún: muchos suelen llegar a la cima económica, política y del reconocimiento social.

Lo novedoso en la definición que hace Marietán, miembro de la Asociación Argentina de Psiquiatría y considerado una autoridad en su especialidad, es que el psicópata no es un enfermo mental, sino una manera de ser en el mundo. Es decir: una variante poco frecuente del ser humano que se caracteriza por tener necesidades especiales. El afán desmedido de poder, de protagonismo o matar pueden ser algunas de ellas. Funcionan con códigos propios, distintos de los que maneja la sociedad, y suelen estar dotados para ser capitanes de tormenta por su alto grado de insensibilidad y tolerancia a situaciones de extrema tensión.

En la psicopatía, señala este experto, no hay "tipos", sino grados o intensidades diversas. Así, el violador serial sería un psicópata más intenso o extremo que el cotidiano, pero portador de la misma personalidad.

A los 57 años, es docente en la Universidad de Buenos Aires, codirector de la revista de neuropsiquiatría Almaceón y coordinador del portal español psiquiatria.com . A partir de la década del 80, trabajó en los hospitales Moyano, Esteves y Borda, donde dirigió cursos de semiología psiquiátrica. Su página en Internet ( www.marietan.com ) es de referencia constante en los estudios sobre psicopatía.

Según explica en la entrevista con LA NACION, hay un tres por ciento de la población con características psicopáticas. Es decir, 1.200.000 personas en la Argentina. "La relación es de tres varones por cada mujer. Son 300.000 damas y 900.000 caballeros. ¿Por qué más hombres? Sospecho que es porque la mujer utiliza su poder en el ámbito de la casa", dice.

-¿Cómo distinguir un político psicópata del que no lo es?

-Una característica básica del psicópata es que es un mentiroso, pero no es un mentiroso cualquiera. Es un artista. Miente con la palabra, pero también con el cuerpo. Actúa. Puede, incluso, fingir sensibilidad. Uno le cree una y otra vez, porque es muy convincente. Un dirigente común sabe que tiene que cumplir su función durante un tiempo determinado. Y, cumplida su misión, se va. Al psicópata, en cambio, una vez que está arriba, no lo saca nadie: quiere estar una vez, dos veces, tres veces. No larga el poder, y mucho menos lo delega. Quizás usted recuerde a alguno así? Otra característica es la manipulación que hace de la gente. Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría.

-¿Como bajo el efecto de un hechizo, dice usted?

-Son gente subyugada, sí, e incluso puede ser de alto nivel intelectual. Este tipo de líderes no toman a los ciudadanos como personas con derechos: los toman como cosas. Porque el psicópata siempre trabaja para sí mismo, aunque en su discurso diga todo lo contrario. La gente es un mero instrumento. Carece de la habilidad emocional de la empatía, que es la capacidad de cualquier persona normal de ponerse en el lugar del otro. Las "cosas", para el líder político con estas características, tienen que estar a su servicio: personas, dinero, la famosa caja, para comprar voluntades. Utilizan el dinero como un elemento de presión, porque usan la coerción. La pregunta del accionar psicopático típico es: ¿cómo doblego la voluntad del otro? ¿Con un cargo, con un plan, con un subsidio? ¿Cómo divido?
-¿El clientelismo político es, según usted, una forma de cosificación?

-Sí, porque es un "yo te doy, pero vos me devolvés, venís a tal o cual acto, me respondés como yo te pido". No es un dar desinteresado ni movido por la sensibilidad de querer ayudar a quien no tiene. Es un uso de las personas para construir el propio poder.

-Eso está claro, pero ¿qué lo definiría como un acto psicopático?

-Que le está quitando a la gente la capacidad de elegir. El psicópata siempre nos deja sin opciones: la gente que manipula está en una desventaja económica tal que no tiene otra salida: o como y lo sigo o no lo sigo y no como. La libertad de las personas es la capacidad de tener alternativas.
-¿El líder psicópata sabe que trabaja para él o cree realmente luchar por una causa superior?

-Es muy difícil entrar en su cabeza. Tienen una lógica muy distinta. Sin embargo, lo crea o no, la bandera que utiliza siempre es suprapersonal, más allá, incluso, de este momento. Esto se ve bastante, también, en líderes religiosos psicópatas, que apelan a la salvación del más allá. Otras banderas pueden ser la apelación al hombre nuevo, el proyecto nacional, la liberación, la raza superior, la Nación, la patria. El psicópata siempre necesita buscar un enemigo, para aglutinar. Y, por supuesto, nunca va a decir: "Vamos a trabajar para mí".

-¿Qué sucede con este tipo de políticos en períodos normales, sin crisis agudas?

- Bueno, ahí viene el problema, porque el psicópata no se adapta a la tranquilidad. El necesita la crisis. Ser reconocido como salvador. En la paz, él no tiene papel. No la soporta. Por eso las sociedades lideradas por políticos de estas características viven de crisis en crisis.

-¿Y este líder no puede cambiar? ¿Aprende de sus errores?

-No. Siempre es igual a sí mismo: la psicopatía es una estructura que no cambia.
-Hasta ahora, los está pintando como seres indestructibles, pero algún talón de Aquiles deben tener. ¿Cuál es ese punto débil?

-La frustración de sus plantes. Cuando apuestan por un proyecto, ponen todo en él y no les sale. Ahí, el psicópata se desorganiza y empieza a hacer pavadas. Es una personalidad controladora. Por eso en el momento de la frustración puede tener actitudes absolutamente toscas, torpes. Y en este punto, la gente ve que hace macanas, una detrás de otra, y empieza a quebrarse esa unidad, que consiguió con su persuasión.

-Usted dice que se aferran al poder y que es muy difícil sacarlos. ¿Alguna sugerencia?

-Bueno, hacen falta un montón de líderes de los comunes, normales, o bien otro psicópata pesado que se le contraponga. Entre muchos logran sacar al dirigente psicópata, o, al menos, reducir su poder. Otra cosa es aprender a no elegirlos. El psicópata necesita desestabilizar siempre las cosas, aquí y allá. Por eso necesita fabricar crisis. Si uno va entendiendo cómo es su mecanismo, los puede distinguir y votar por otros líderes, que pueden ser muy carismáticos, incluso, pero no psicopáticos.

-Si algún político psicópata llegara a leer esta entrevista, ¿se reconocería como tal?

-Por supuesto que no. Terminará de leer y les dirá a sus interlocutores: ¡qué barbaridad; cuántos psicópatas hay dando vueltas por el mundo!

El personaje:

HUGO MARIETAN Médico psiquiatra Edad: 57 años. Graduado: en la UBA. Médico y profesor: trabajó desde 1982 en los hospitales Moyano y Borda. Dicta cursos de grado y posgrado. Escritor: es autor de trabajos académicos ( Sol negro: un psicópata en la familia , Descriptor de psicopatía ) y también de obras de teatro y novelas.

Las asociaciones ponerogénicas y sus efectos en la sociedad

El siguiente texto también fue extraido del libro El 11-S: la verdad definitiva, que contiene un resumen de Ponerología Política, obra que estará próximamente disponible en español.

Trata acerca de las asociaciones ponerogénicas. Describe en qué consisten, cómo se forman y decaen, y cuál es el grado de influencia negativa que ejercen en la sociedad como un todo. Esperamos que sea de su interés.

"Hemos identificado distintas piezas del rompecabezas patocrático: el enemigo invisible entre nosotros, el psicópata; el reconocimiento desde temprana edad de que son diferentes del resto de la sociedad normal; su conocimiento particular sobre la sociedad y los individuos normales, lo cual pueden utilizar para manipularnos y obtener lo que desean; y su capacidad para reconocerse mutuamente y trabajar juntos. Seguidamente observaremos el tema de las asociaciones ponerogénicas, es decir, asociaciones de individuos de diferentes tipos patológicos que trabajan en conjunto para imponer su visión y modo de experimentar el mundo sobre el resto de nosotros. Algunas de estas asociaciones son ponerogénicas desde el comienzo; otras comienzan como asociaciones de gente normal obrando por un mundo mejor, pero son tomadas por personas trastornadas y se convierten en el vehículo del poder patocrático:

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Llamaremos por el nombre de “asociación ponerogénica” a cualquier grupo de gente que se caracterice por procesos ponerogénicos de una intensidad social por encima de la media, en donde los portadores de varios factores patológicos cumplen la función de inspiradores, fascinadores y líderes, y en donde se genera una verdadera estructura social patológica. Las asociaciones más pequeñas y menos permanentes serán llamadas “grupos” o “uniones”.
Dicho tipo de asociación provoca el mal que hiere a otras personas así como a sus propios miembros. Podríamos crear una lista de los diversos nombres que la tradición lingüística ha adjudicado a tales organizaciones: bandas, pandillas criminales, mafias, grupos políticos y clanes, que evitan ingeniosamente el choque con la ley mientras buscan obtener ventajas.
Tales uniones aspiran con frecuencia al poder político con el propósito de imponer su oportuna legislación sobre la sociedad, en nombre de una ideología adecuadamente preparada, derivando ventajas bajo la forma de prosperidad y satisfacción desproporcionada de sus ansias de poder. […]
Un fenómeno que todos los grupos y asociaciones ponerogénicas tienen en común es el hecho de que sus miembros pierden (o ya han perdido) la capacidad de percibir individuos patológicos como tales, interpretando su conducta de una manera fascinada, heroica o melodramática. Las opiniones, ideas y juicios de personas portadoras de diversos déficits psicológicos son dotados de una importancia por lo menos igual a la de individuos sobresalientes dentro de la gente normal.
La atrofia de las facultades críticas naturales con respecto a individuos patológicos se convierte en una apertura para sus actividades, y al mismo tiempo en un criterio para reconocer la asociación en cuestión como ponerogénica. Llamemos a esto el primer criterio de la ponerogénesis.
[...]
Otro fenómeno que todas las asociaciones ponerogénicas tienen en común es su concentración estadísticamente más elevada de individuos con diversas anomalías psicológicas. Su composición cualitativa es crucialmente importante en la formación de la totalidad del carácter de las actividades, del desarrollo o de la extinción de la unión.
Grupos dominados por diversos tipos de individuos caracteropáticos desarrollarán actividades relativamente primitivas, demostrando que es bastante fácil que la sociedad de gente normal se quiebre. El asunto es diferente cuando tales uniones son inspiradas por individuos psicopáticos.
Luego Lobaczewski describe los dos tipos básicos de uniones ponerogénicas: las ponerogénicas primarias y las ponerogénicas secundarias:
Describamos como primeramente ponerogénica una unión cuyos miembros anormales se mantuvieron activos desde el principio, efectuando el rol de catalizadores de la cristalización tan pronto como ocurrió el proceso de creación del grupo.
Llamaremos secundariamente ponerogénica a una unión que fue fundada en nombre de alguna idea con un significado social independiente, por lo general incluida dentro de las categorías de la visión lógica del mundo, pero que luego sucumbió a una cierta degeneración moral. Esto a su vez abrió las puertas a la infección y activación de los factores patológicos en su seno, y luego a una ponerización del grupo entero, o a menudo de su fracción.
Desde el comienzo mismo, una unión primariamente ponerogénica es un cuerpo extraño dentro del organismo de la sociedad, ya que su carácter choca con los valores morales que la mayoría respeta. Las actividades de tales grupos provocan una oposición y disgusto, y se las considera inmorales; por regla general, entonces, tales grupos no se propagan demasiado ni se metastatizan en uniones numerosas. Finalmente pierden la batalla contra la sociedad.
Sin embargo, para que puedan tener la oportunidad de desarrollarse en una asociación ponerogénica de gran tamaño, basta con que alguna organización humana, caracterizada por objetivos sociales o políticos y una ideología con algún tipo de valores creativos, sea aceptada por un grupo más grande de gente normal, antes de que sucumba a un proceso de malignidad ponerogénica.
Es posible que la tradición primaria y los valores ideológicos protejan durante un largo tiempo a una unión que ha sucumbido al proceso de ponerización del sentido común sano de la sociedad, en especial sus componentes menos críticos.
Cuando los procesos ponerogénicos afectan a una organización humana de ese tipo, la cual emergió y actuó en nombre de propósitos políticos y sociales cuyas causas estaban condicionadas por la historia y la situación social, los valores primarios originales del grupo alimentarán y protegerán tal unión, a pesar de que aquellos mismos valores primaros hayan sucumbido a una degeneración característica, y que su función práctica se haya vuelto completamente distinta a la original, porque se retienen los nombres y los símbolos.
Simplemente porque un grupo opera bajo el título de “comunismo”, “socialismo”, “democracia”, “conservadurismo” o “republicanismo”, eso no significa en la práctica que sus funciones se acerquen siquiera a la ideología presente al comienzo. La ideología original sirve para disimular, porque las asociaciones ponerogénicas que comienzan con ideas patológicas no son aceptables en la sociedad normal. Y mientras los miembros normales continúen interpretando los ideales originales a través de su comprensión más profunda, estarán ciegos al proceso de ponerogénesis que está teniendo lugar en su centro.
Lobaczewski continúa luego describiendo cómo los trastornos complementarios de los distintos tipos patológicos trabajan en conjunto en tal asociación:
Las uniones ponerogénicas de la variedad primaria interesan principalmente a la criminología; nuestra mayor preocupación serán las asociaciones que sucumben al proceso secundario de malignidad ponérica. […]
Dentro de cada unión ponerogénica, se crea una estructura psicológica que puede ser considerada como la contraparte o caricatura de una estructura de sociedad u organización social normales. En una organización social normal, los diversos individuos con sus virtudes y defectos psicológicos, se complementan en sus talentos y características. Esta estructura está sujeta a la modificación diacrónica en lo que concierne a los cambios en el carácter global de la asociación. Lo mismo ocurre en una unión ponerogénica. Individuos con diversas aberraciones psicológicas también se complementan en sus talentos y características.
Con frecuencia, algunas fases tempranas de la actividad de la unión son dominadas por individuos caracteropáticos, y en particular paranoicos, que a menudo juegan un papel inspiracional o de fascinador en el proceso de ponerización. Recuerde aquí que el poder del caracterópata paranoico reside en el hecho de que esclaviza fácilmente las mentes menos críticas, por ejemplo a personas con otro tipo de deficiencias psicológicas, o que han sido víctimas de individuos con trastornos de la personalidad, y sobre todo una gran parte de la juventud.
Llegado a este punto, la unión aún exhibe una cierta característica romántica y todavía no se caracteriza por una conducta excesivamente brutal.
Un ejemplo podría ser el de una personalidad paranoica que se cree Robin Hood con la “misión” de “robar a los ricos para dar a los pobres”. Esto se puede transformar fácilmente en “robar a cualquiera para su propio beneficio” bajo el velo de que la “justicia social en contra nuestra hace que sea correcto”.
Sin embargo, al poco tiempo, los miembros más normales son empujados a dejar sus funciones y se los excluye de los secretos de la organización; como consecuencia, algunos abandonan la unión.
Luego, individuos con trastornos heredados se apoderan progresivamente de los puestos inspiracionales y de liderazgo. El rol de los psicópatas de base crece en forma gradual, a pesar de que les gusta mantenerse ostensiblemente discretos (ej. dirigiendo pequeños grupos), imponiendo el ritmo como eminencia gris. En las uniones ponerogénicas a una escala social mayor, el rol de líder por lo general está representado por un tipo de individuo diferente, uno que es más fácilmente digerible y representativo. Algunos ejemplos incluyen la caracteropatía frontal, o algún complejo más discreto de rasgos menores.
Al principio un fascinador hace simultáneamente de líder en un grupo ponerogénico. Más tarde aparece otra clase de “talento de liderazgo”, un individuo más vital que por lo general se une más tarde a la organización, una vez que ésta ya ha sucumbido a la ponerización. Se fuerza al individuo fascinador, por ser más débil, a llegar a un acuerdo siendo desviado hacia las sombras y reconociendo el “genio” del nuevo líder a menos que acepte la amenaza de una pérdida total de su lugar en la unión. Se distribuyen los roles. El fascinador necesita el apoyo del líder original y decisivo, quien también necesita a cambio al fascinador para sostener la ideología de la asociación, tan esencial para mantener la actitud adecuada en aquellos miembros de la lista que insinúan una tendencia a la crítica y dudan de la variedad moral.
La nueva tarea del fascinador pasa a ser la reestructuración apropiada de la ideología, deslizando nuevos contenidos bajo títulos antiguos, para poder de esa manera seguir cumpliendo con su función propagandística bajo condiciones constantente cambiantes. También debe sostener la mística del líder dentro y fuera de la asociación. Sin embargo, no puede haber plena confianza entre los dos, ya que el líder desprecia secretamente al fascinador y su ideología, mientras que este último desprecia al líder por ser un individuo tan ordinario. La confrontación siempre es probable; sin embargo, quienquiera que sea el más débil se convierte en el perdedor.
La estructura de dicha unión sufre una diversificación y especialización aun mayores. Un abismo se crea entre las masas de miembros más morales y los iniciados de la elite, quienes por regla general son más patológicos. Este último subgrupo se ve cada vez más dominado por factores patológicos hereditarios, siendo estos por los efectos que siguen a diversas enfermedades que afectan al cerebro, y también por individuos psicopáticos menos típicos y por gente cuyas personalidades con trastornos fueron causados por una privación previa o por métodos de crianza brutal por parte de individuos patológicos. Pronto resulta que queda cada vez menos lugar para la gente normal en el grupo. Los secretos y las intenciones de los líderes permanecen escondidos al proletariado de la unión; los productos del trabajo de los fascinadores deben bastar para este segmento.
Un observador que está siguiendo las actividades de tal unión desde afuera y que utiliza una visión psicológica natural del mundo siempre tendrá tendencia a sobrestimar el rol del líder y su función supuestamente autocrática. Los fascinadores y el aparato de propaganda son movilizados para mantener esta opinión externa errónea. No obstante, el líder depende de los intereses de la unión, y en especial de los iniciados de la elite, mucho más de lo que cree. Libra una batalla constante de maniobras; es un actor con un director. En las uniones macrosociales, esta posición la ocupa por lo general un individuo más representativo que no está desprovisto de ciertas facultades críticas; iniciarlo con todos esos planes y cálculos criminales sería contraproducente.
En conjunción con parte de la elite, un grupo de individuos psicopáticos que se esconden detrás del escenario manejan al líder, del mismo modo que Borman y su camarilla manejaban a Hitler. Si el líder no cumple con el rol que se le asigna, sabe por lo general que la camarilla que representa a la elite de la unión está en posición de asesinarlo, o de lo contrario quitarlo de su puesto. […]
Hemos hecho un esquema de las propiedades de las uniones en las cuales el proceso ponerogénico ha transformado su contenido original, generalmente benévolo, en un homólogo patológico del mismo, y ha modificado su estructura y sus últimos cambios de un modo lo suficientemente amplio para que abarque el espectro más grande posible de este tipo de fenómenos, desde la escala social más pequeña a la más grande. Las reglas generales que gobiernan esos fenómenos parecen ser al menos análogas, independientemente de la escala cuantitativa, social e histórica de tal fenómeno."

domingo, 8 de febrero de 2009

La patocracia

Laura Knight-Jadczyk
Citas extraídas de El 11-S: la verdad definitiva
08/02/09

Comenzamos con una historia que Lobaczewski relata sobre su primer encuentro con la patocracia, cuando era estudiante en la universidad. Su primera idea es que el estudio del comportamiento patocrático debe ser realizado libre de toda interpretación moral del tipo de las que se utilizan frecuentemente para comprender el mal. Se debe estudiar del mismo modo en que un biólogo estudia la naturaleza:

De joven leí un libro acerca de un naturalista que paseaba a través de tierras vírgenes en la cuenca amazónica. En un momento, un animalito cayó de un árbol encima de su nuca, arañando dolorosamente su piel y chupándole la sangre. El biólogo lo sacó cuidadosamente –sin rabia, ya que esa era su manera de alimentarse– y procedió a estudiarlo minuciosamente. Este cuento trajo sorprendentemente a mi mente aquellos tiempos muy difíciles en los que un vampiro caía sobre nuestros cuellos, chupándole la sangre a una nación infeliz.

La actitud de un naturalista –que trata de rastrear la naturaleza de fenómenos macro-sociales a pesar de la adversidad– aseguró una cierta distancia intelectual y una mejor higiene psicológica, aumentando también ligeramente la sensación de seguridad y suministrando una premonición de que este mismo método podía ayudar a encontrar una solución creativa. Esto requería controlar los reflejos naturales y moralizantes de revulsión y otras emociones dolorosas que este fenómeno provoca en cualquier persona normal cuando la priva de su alegría de vivir y de su seguridad personal, arruinando su propio futuro y el de su nación. La curiosidad científica se convierte en un aliado fiel durante tales tiempos.

En el siguiente relato deja en claro la importancia de mantener un punto de vista objetivo:


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Que el lector imagine, por favor, una sala muy grande en algún antiguo edificio gótico de una universidad. Muchos de nosotros nos reuníamos allí al comienzo de nuestros estudios para escuchar las clases de filósofos sobresalientes. El año que precedió a nuestra graduación, fuimos arrastrados allí para escuchar las clases de adoctrinamiento que habían sido introducidas recientemente. [Bajo el nuevo régimen comunista], [a]lguien que nadie conocía apareció detrás del atril y nos informó que iba a ser nuestro profesor a partir de ese momento. Su discurso era fluido, pero no tenía nada de científico: no distinguía conceptos científicos de los utilizados a diario, y trataba ideas dudosas como si fueran conocimiento indiscutible. Nos inundaba noventa minutos por semana con paralogísticas ingenuas y presuntuosas y con una visión patológica de la realidad humana. Nos trataba con desprecio y con un odio no muy bien controlado. Dado que burlarse podía traer consecuencias horrorosas, teníamos que escuchar atentamente con la mayor gravedad.
Los rumores no tardaron en dejar al descubierto el origen de esta persona. Había llegado de un suburbio de Cracovia y había ido a la escuela superior, aunque nadie sabía si se había graduado. De cualquier forma, esta era la primera vez que atravesaba los portales de la universidad, ¡y como profesor, además! […]
Después de dicha tortura mental, llevó mucho tiempo para que alguien rompiera el silencio. Estudiábamos por cuenta propia, ya que sentíamos que algo extraño se había apoderado de nuestras mentes y que se estaba perdiendo definitivamente algo muy valioso. El mundo de la realidad psicológica y los valores morales parecían estar suspendidos como en una niebla escalofriante. Nuestro sentimiento humano y la solidaridad estudiantil perdieron su sentido, del mismo modo que el patriotismo y nuestros criterios establecidos desde hacía tiempo. Entonces nos preguntamos unos a otros: “¿Ustedes también están atravesando por esto?” Cada uno experimentaba a su manera esta preocupación acerca de su propia personalidad y porvenir. Algunos respondían en silencio a las preguntas. La profundidad de estas experiencias resultó ser diferente para cada individuo.
Entonces nos preguntamos cómo podíamos protegernos de los resultados de este “adoctrinamiento”. Teresa D. hizo la primera sugerencia: pasemos un fin de semana en las montañas. Funcionó. En compañía agradable, con un poco de bromas, y luego el agotamiento, seguido por un sueño profundo en un refugio, y nuestras personalidades humanas regresaron, aunque con ciertas reminiscencias. El tiempo también demostró crear una suerte de inmunidad psicológica, si bien no con todos. Analizar las características psicopáticas de la personalidad del “profesor” se convirtió en otra manera excelente de proteger nuestra propia higiene psicológica.
Ya puede imaginar nuestra preocupación, desilusión y sorpresa cuando algunos colegas que conocíamos bien comenzaron de repente a cambiar su visión del mundo; sus patrones de pensamiento nos recordaban además el parloteo del “profesor”. Sus sentimientos, que recientemente habían sido amistosos, se volvieron notablemente más fríos, si bien aún no hostiles. Argumentos benévolos o críticos por parte de estudiantes les rebotaban. Daban la impresión de poseer algún tipo de conocimiento secreto; para ellos éramos tan sólo sus antiguos colegas, creyendo todavía en lo que los profesores de otros tiempos nos habían enseñado. Teníamos que ser cuidadosos con lo que les decíamos.
Poco después nuestros antiguos colegas se alistaron en el Partido [Comunista]. ¿Quiénes eran? ¿De qué grupos sociales provenían? ¿Cómo y por qué habían cambiado tanto en menos de un año? ¿Por qué ni yo ni la mayoría de mis compañeros sucumbimos a este fenómeno y proceso? Muchas preguntas como éstas afloraban en nuestra mente en ese entonces. Aquellos tiempos, preguntas y actitudes hicieron surgir la idea de que este fenómeno podía ser entendido objetivamente, una idea que fue cristalizando con el tiempo. Muchos de nosotros participamos en las observaciones y reflexiones iniciales, pero la mayoría se desmoronó al enfrentarse directamente con problemas materiales o académicos. Sólo quedamos algunos; así que es posible que el autor de este libro sea el último de los mohicanos.
Fue relativamente fácil determinar el origen de la gente que sucumbió a este proceso, que entonces llamé “transpersonificación”, así como el ambiente en que se hallaban. Provenían de todos los grupos sociales, incluyendo familias aristócratas y fervientemente religiosas, y provocaron una ruptura en nuestra solidaridad estudiantil del orden de aproximadamente un 6%. La mayoría restante sufrió diferentes grados de desintegración de la personalidad que trajeron como consecuencia la realización de esfuerzos individuales en busca de los valores necesarios para volver a encontrarse consigo mismos; los resultados fueron variados y a veces creativos.
Incluso entonces, no teníamos duda alguna acerca de la naturaleza patológica de este proceso de “transpersonificación”, el cual transcurría de manera similar pero no idénticamente en todos los casos. La duración de los resultados de este fenómeno también variaba. Algunas de estas personas se convirtieron luego en fanáticos. Otros, más tarde, aprovecharon las distintas circunstancias para retirarse y restablecer los vínculos perdidos con la sociedad normal. Fueron remplazados. El único valor constante de este nuevo sistema social era el mágico número 6%.
Intentamos evaluar el nivel de talento de aquellos colegas que habían sucumbido a este proceso de transformación de la personalidad, y llegamos a la conclusión de que en promedio, era ligeramente inferior a la media de la población estudiantil. Su menor resistencia residía obviamente en otros rasgos bio-psicológicos que eran muy probablemente cualitativamente heterogéneos.
Tuve que estudiar temas bordeando la psicología y la psicopatía para lograr responder a las preguntas que surgían de nuestras observaciones; la negligencia científica en estas áreas demostró ser un obstáculo difícil de vencer. Al mismo tiempo, alguien guiado por un conocimiento especializado al parecer vació las bibliotecas de todo lo que podríamos haber encontrado sobre el tema. […]
Si analizamos ahora minuciosamente estas recurrencias, podríamos decir que el “profesor” estaba colgando un cebo por encima de nuestras cabezas, basado en el conocimiento psicológico específico de los psicópatas. Supo de antemano que sería capaz de pescar individuos susceptibles, pero su limitado número lo desilusionó. El proceso de transpersonificación tomaba el mando generalmente cuando el substrato instintivo de un individuo estaba marcado por una cierta palidez o algunos déficits. En un menor grado, también funcionaba con gente que manifestaba otras deficiencias, y el estado provocado en su interior también era parcialmente temporal, ya que constituía mayormente el resultado de una inducción psicopatológica.
Este conocimiento acerca de la existencia de individuos susceptibles y de cómo trabajar con ellos continuará siendo una herramienta para la conquista del mundo mientras tanto siga siendo el secreto de “profesores” así. Cuando se convierta en una ciencia popularizada competentemente, ayudará a las naciones a desarrollar una inmunidad. Pero ninguno de nosotros sabía eso en aquel momento.
Sin embargo, debemos admitir que al demostrar las propiedades de la patocracia de tal manera que nos forzó a una experiencia profunda, el profesor nos ayudó a entender la naturaleza del fenómeno en una mayor escala que muchos otros verdaderos científicos que participaron de algún modo u otro en este trabajo. [Andrej Lobacwezski, Political Ponerology, A Science on the Nature of Evil Adjusted for Political Purposes (Ponerología política: una ciencia de la naturaleza del mal ajustado a fines políticos), Red Pill Press, 2006]
Este fragmento presenta la esencia del problema patocrático: su carácter organizado y consciente de sí mismo, la capacidad de ciertos individuos con trastornos mentales para manipular, controlar y hasta un cierto grado hipnotizar a los demás con sus palabras y carisma, incluyendo el “conocimiento especial” que tienen sobre los individuos normales, no patológicos, y su capacidad para influenciar y adoctrinar a un cierto porcentaje de individuos y ponerlos bajo su dominio. En otros capítulos del libro, Lobaczewski habla de otro sector de la población, que forma aproximadamente un 12%, y que crea una alianza con los patócratas, aumentando el porcentaje total de individuos “ponerizados” a alrededor del 20%, una cifra que le otorga a la patocracia miembros más que suficientes como para controlar por completo el gobierno, los negocios, la justicia y los medios.